17 de febrero de 2011

Before we turn to stone



Como cada mañana el despertador sonaba a las 7:35 a.m, Ignacio sabía que tardaría 25 minutos exactos hasta llegar al trabajo. De forma sistemática se dirigía al armario, cajón de camisas blancas, cajón de calcetines negros, sus pantalones de siempre...un rápido paseo por el baño y la cocina, de donde cogía una magdalena para comérsela por el camino, en la puerta se calzaba sus zapatos negros, cogía su maleta y bajaba rápido por las escaleras. Había un atajo por el que tan solo le llevaría 5 min llegar hasta la oficina, pero el siempre hacía el mismo camino, por la misma acera absorto en los mismos escaparates, tiraba el envoltorio de la magdalena en la misma papelera junto al mismo paso de cebra, los semáforos siempre iban a su favor, así que el andaba directo con la mente en blanco y la mirada en sus robóticos pies. Pero hoy alguien no tan correcto como Ignacio iba con prisa y se saltó el semáforo. Ignacio se paró en seco, asustado y alzó la vista al frente para ubicarse.
Estaba parado frente a la estación abandonada, miro al reloj y tomó aire. Había corrido demasiado, aún quedaban 10 min para que dieran las 8, así que se detuvo por un momento a observar aquella antigua estación.
Cuando llego al trabajo eran las 8.15, su compañera supo que algo nuevo debía haber sucedido, era la primera vez en años que Ignacio llegaba tarde.
A la mañana siguiente Ignacio no había dormido muy bien del todo, se despertó a las 7.15 y a las 7.25 salía de su casa olvidando coger la magdalena, era el primer día en siglos que algo así sucedía. Ando más deprisa que de costumbre hasta llegar a la fachada de aquella estación.

Allí seguía ella.
Esta vez llegó a las 8.07 al trabajo, su compañera le comentó algo sobre lo distinto que lo encontraba, quizás sería su sonrisa distraída. No era consciente del giro que había tornado sus días. Ignacio ya no se sentía un robot más en aquella oficina de borregos, ni siquiera podía camuflarse entre ellos…sonreía, toda una novedad.
- Quizás ella esté esperando a alguien, quizás me espere a mí- bromeaba consigo mismo mientras hacía las fotocopias.
Chuchú, chucu chucu chucu chucu chú, chuchú… era su constante melodía.
Cada mañana, a lo lejos, escondido, observaba cada uno de los movimientos de aquella desconocida:
Los días de sol bailaba divertida entre andenes mientras tarareaba una canción, en días de frío acurrucaba temblorosa sus enclenques piernas entre sus brazos en posición fetal, los días de lluvia dejaba que las gotas resbalasen por sus brisadas mejillas mientras se atrevía con los equilibrismos sobre las vías, puede que un día se dejara caer abatida sobre el respaldo, otro se apoyara tímidamente con las manos frías sobre las rodillas, las piernas tensas, cruzadas, hacia un lado, hacia otro…. La mirada pérdida o encontrada, una sonrisa brillante o un pucherito…
Qué más da… allí seguía ella, sentada sobre el mismo banco tosco de madera, allí, en aquella solitaria y pérdida estación.
Aquella estación sin horarios establecidos, sin hojas de reclamaciones, sin destinos previstos…con un poco de suerte pasaba un tren, con mucha pasaban dos…o tres, o con mucha mucha no pasaba ninguno. Viajes de primera clase o sin clase…con transbordos o directos cuál kamikaze…a veces un cercanías, más a veces trenes nocturnos y rara vez aparecía un tren de alto nivel… pero allí seguía ella.
Y eso él lo sabía, como sabía de su olor corporal, de su piel suave y el sonido que emite cuando la acaricias…


todo lo sabía... porque todo lo había imaginado...



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